Cómo ser un Caballero (en el siglo XVII). Destreza Verdadera frente a Vulgar.

Cristóbal Suárez de Figueroa fue todo un personaje en su época. Nació en Valladolid y al parecer la falta de entendimiento con sus padres le impulsó a buscarse la vida lejos de las intromisiones familiares. Así viajó a Italia, que era donde los españoles huían en los siglos XVI y XVII si querían hacer fortuna, correr aventuras y vivir bien (si les daba solo por hacer fortuna se iban a América y si querían solo correr aventuras o más bien pasar penalidades, se iban a Flandes). En Italia vive como un hombre formal, estudia derecho y se establece como fiscal, pero cuando vuelve a España al enterarse del fallecimiento de sus padres su vida empieza a tomar tintes de película: mata a un hombre en una pendencia y tiene que esconderse de la justicia y se enamora de una dama que muere repentinamente dejándole sumido en un profundo abatimiento.

Cristóbal Suárez de Figueroa

Pero todas sus cuitas parecen cesar cuando ya en 1606 le vemos afincado en la Corte, bajo la protección de ciertos nobles y desarrollando su amplia obra literaria que consta tanto de traducciones como de obras propias y relacionándose con los escritores de su época (se dice, por ejemplo que odiaba profundamente a Lope, ya se sabe que en esta época, cuando hablamos de las relaciones entre los escritores no nos referimos a que sean precisamente buenas…).

En este marco escribirá una de sus obras más conocidas, El Pasajero en la que, a través de los diálogos entre los personajes (una fórmula literaria bastante habitual en la época) se pretende proporcionar, como dice su subtítulo, “advertencias utilísimas a la vida humana”. En la nota al lector lo indica claramente: su interés al escribir el libro es dar ejemplo de comportamiento y buscar la reforma de las costumbres “asestando la artillería de la razón […] contra las torres de propias confianzas”. En definitiva, haciendo ver a los hombres confiados las muchas cosas en las que se equivocan.

La obra se articula en varios capítulos que el autor llama “Alivios” y en el Alivio IX, encontramos el asunto que a nosotros nos interesa sobre en qué ocasiones y cómo se ha de sacar la espada. Dice lo siguiente:

 

DOCTOR: […] Convendrá sacar la espada en algunas ocasiones, aunque sea
con título de meter paz, procurando sea, siendo posible, en
lugares públicos. Para que esto se haga airosamente y con
menor riesgo, será acertado toméis algunas leciones de
destreza, de quien, por lo menos, se saca el mover los pies con
buen compás y acomodar el cuerpo con la mejor postura.
Conviene habilitar primero el pulso a tirar recias cuchilladas,
puntas, tajos y reveses, para que el brazo, hecho a semejante
trabajo, tenga duración y fortaleza. Será importante mucho la
noticia de las tretas y heridas más notables; de los círculos,
cuadrángulos y cuadrados que se consideran en el cuerpo; de
las líneas diametrales, colaterales, verticales, dimecientes,
diagonales y las demás, mediante, con que y por donde se ha
de obrar. Tales son las rectas, curvas, mistas, flexuosas,
hipotenusas, paralelas…
ISIDRO. Tened, por Dios; que me habéis dejado atónito con
tales vocablos. La vida entera convendría que gastase en tomar
de memoria uno de tantos términos geométricos como
apuntastes. Todo eso es vascuence para mí. Más fáciles eran los
modos que en la esgrima se frecuentaban cuando yo, en mis
verdes años, acudía a ella. En boca de mi maestro sólo se oía
amagar, desmuñecar, embeber, vaciar, escurrir, cambiar, envión,
remesar, cornada, quiebro, tropezón, tormenta, punta, contrapunta,
toque, respuesta, y cosas así. Con esto nos entendíamos, sin
meternos en más honduras.
DOCTOR. Esos términos son bárbaros y groseros. Débense más
cultos y políticos a quien se halla honrada ya con el nombre de
ciencia; a quien escapó ya libre de tantos yerros como poseía,
cuando apenas se ejercitaba con nombre de arte.
DON LUIS. Gentil impertinencia sería gastar años en percebir
lo que en sí tiene tan gran dificultad. Aténgome a lo que oí
decir un día a cierto choclón de malos pies y peores ojos, en tal
materia. Afirmaba éste haber puesto la sabia Naturaleza el
estómago y vientre, partes tan peligrosas, en medio de los otros
miembros, para que todos acudiesen a su defensa, y haber
compuesto la cabeza de huesos tan duros, que es bastante a
reparar cualquier golpe. Digo, pues, ser lo que importa, en
sacando la espada, embestir animosamente al contrario,
guardando la barriga, aunque sea a costa de los cascos.
DOCTOR. ¡Jesús, qué terrible dislate y barbaridad! ¿Hay parte
tan peligrosa como la cabeza y que tanto se deba guardar?
¿Cuánto mejor sería salir franco de cualquier pendencia, siendo
en ella antes agente que paciente? Herir y salir herido no es
ventaja. Lo fino es que pruebe otro la trementina y que yo
quede reservado de su molestia. En fin, la verdadera destreza
debe ser (como dije otra vez entre otros amigos) abrazada de
todo género de hombres, por enderezar sus preceptos a la cosa
más importante del mundo, que es a la defensa y conservación
de honor, vida y hacienda.

 

El Pasajero, que está escrita en 1617, nos permite ver la confrontación entre esgrima vulgar y verdadera destreza.  Figueroa, al intentar dar lecciones a sus contemporáneos sobre el comportamiento correcto en múltiples situaciones lo que nos ofrece a nosotros es un panorama bastante completo de la España y la Italia de su tiempo.

Suárez de Figueroa murió en fecha desconocida y sus últimos años de vida están ocultos por el velo de la ignorancia. Su obra, pese a su amplitud e interés, también ha pasado, lamentablemente, bastante desapercibida.

 

Eva B.

 

http://dbe.rah.es/biografias/20047/cristobal-suarez-de-figueroa

https://es.wikipedia.org/wiki/Crist%C3%B3bal_Su%C3%A1rez_de_Figueroa