Destreza y Literatura

Son muchísimas las referencias que encontramos en la literatura del Siglo de Oro en relación con la esgrima. Ello es natural si pensamos que en aquellos tiempos era una actividad cotidiana y una disciplina que tenía una amplia aceptación colectiva en todos los estratos sociales.

Especialmente interesantes desde nuestro punto de vista son aquellos fragmentos de obras que nos permiten apreciar cuál era la visión que de la esgrima se tenía y en especial sobre la Verdadera Destreza, el nuevo sistema ideado por Carranza y desarrollado por Pacheco que pretendía elevar la esgrima de mera disciplina a Arte y a Ciencia.

 

El primero que vamos a mencionar, perteneciente a Los entretenimientos de la pícara Justina hace referencia en son de burla y poniéndolo en boca de una mujer a cómo los esgrimidores y los maestros de armas poseían una complicada jerga propia para referirse a acciones o situaciones de lo más ordinarias.

Comenzaron muchos corrillos de bailes, juegos de naipes y de esgrima. Allí oí que alababan a un negro, de que esgrimía bien con dos espadas y montante. En especial decían que jugaba por extremo un tiempo que llaman los esgrimidores tajo volado, con sobre rodeón y mandoble (que también los esgrimidores son como los médicos, que buscan términos exquisitos para significar cosas, que por ser tan claras tienen vergüenza de nombrarlas en canto llano, y así les es necesario hablarlas con términos desusados, que parecen de junciana o jacarandina: y en verdad que las mujeres habíamos de usar esto mismo, y poner nombres particulares a nuestras ordinarias cosas, que ya de puro usadas y nombradas, sería necesario novarles los nombres, con que se ennobleciese el arte).

Los entretenimientos de la pícara Justina

¿FRANCISCO LÓPEZ DE ÚBEDA?

H.1605

 

Esta obra, que se cree escrita hacia 1605, se encuadra temporalmente en el momento de pleno desarrollo de la Destreza, casi simultáneamente a las obras que está dando a la imprenta Pacheco de Narváez (Libro de las grandezas de la espada, Madrid, Imprenta del Licenciado Varez de Castro, 1600; Las cien conclusiones o formas de saber de la verdadera destreza, fundada en ciencia, Madrid, 1608; Compendio de la filosofía y destreza de las armas de Jerónimo de Carranza, Madrid, Luis Sánchez, 1612) y a través de las cuales establece los fundamentos de este nuevo sistema de entender la esgrima que se va a considerar “científico”. Se trata de un reflejo de lo chocante que debió de parecer en su contexto esta nueva manera de denominar cosas que hacía siglos que venían llamándose de otra manera.

 

En 1617, en pleno desarrollo de los fundamentos de la Verdadera Destreza, escribe Cristóbal Suárez de Figueroa su Pasajero que nos muestra de manera muy didáctica las diferencias, no solo en cuestiones técnicas sino también de nomenclatura, entre la esgrima vulgar y la Verdadera Destreza.

DOCTOR: […] Convendrá sacar la espada en algunas ocasiones, aunque sea con título de meter paz, procurando sea, siendo posible, en
lugares públicos. Para que esto se haga airosamente y con
menor riesgo, será acertado toméis algunas leciones de
destreza, de quien, por lo menos, se saca el mover los pies con
buen compás y acomodar el cuerpo con la mejor postura.
Conviene habilitar primero el pulso a tirar recias cuchilladas,
puntas, tajos y reveses, para que el brazo, hecho a semejante
trabajo, tenga duración y fortaleza. Será importante mucho la
noticia de las tretas y heridas más notables; de los círculos,
cuadrángulos y cuadrados que se consideran en el cuerpo; de
las líneas diametrales, colaterales, verticales, dimecientes,
diagonales y las demás, mediante, con que y por donde se ha
de obrar. Tales son las rectas, curvas, mistas, flexuosas,
hipotenusas, paralelas…
ISIDRO. Tened, por Dios; que me habéis dejado atónito con
tales vocablos. La vida entera convendría que gastase en tomar
de memoria uno de tantos términos geométricos como
apuntastes. Todo eso es vascuence para mí. Más fáciles eran los
modos que en la esgrima se frecuentaban cuando yo, en mis
verdes años, acudía a ella. En boca de mi maestro sólo se oía
amagar, desmuñecar, embeber, vaciar, escurrir, cambiar, envión,
remesar, cornada, quiebro, tropezón, tormenta, punta, contrapunta,
toque, respuesta, y cosas así. Con esto nos entendíamos, sin
meternos en más honduras.
DOCTOR. Esos términos son bárbaros y groseros. Débense más
cultos y políticos a quien se halla honrada ya con el nombre de
ciencia; a quien escapó ya libre de tantos yerros como poseía,
cuando apenas se ejercitaba con nombre de arte.
DON LUIS. Gentil impertinencia sería gastar años en percebir
lo que en sí tiene tan gran dificultad. Aténgome a lo que oí
decir un día a cierto choclón de malos pies y peores ojos, en tal
materia. Afirmaba éste haber puesto la sabia Naturaleza el
estómago y vientre, partes tan peligrosas, en medio de los otros
miembros, para que todos acudiesen a su defensa, y haber
compuesto la cabeza de huesos tan duros, que es bastante a
reparar cualquier golpe. Digo, pues, ser lo que importa, en
sacando la espada, embestir animosamente al contrario,
guardando la barriga, aunque sea a costa de los cascos.
DOCTOR. ¡Jesús, qué terrible dislate y barbaridad! ¿Hay parte
tan peligrosa como la cabeza y que tanto se deba guardar?
¿Cuánto mejor sería salir franco de cualquier pendencia, siendo
en ella antes agente que paciente? Herir y salir herido no es
ventaja. Lo fino es que pruebe otro la trementina y que yo
quede reservado de su molestia. En fin, la verdadera destreza
debe ser (como dije otra vez entre otros amigos) abrazada de
todo género de hombres, por enderezar sus preceptos a la cosa
más importante del mundo, que es a la defensa y conservación
de honor, vida y hacienda.

CRISTÓBAL SUÁREZ DE FIGUEROA

El Pasajero

1617

 

No obstante, el más conocido de todos los textos de nuestra literatura del Siglo de Oro es el que dedica Quevedo en su Vida del Buscón llamado don Pablos, que insertamos aquí:

Yo pasé adelante pereciéndome de risa de los arbitrios en que ocupaba el tiempo, cuando, Dios y enhorabuena, desde lejos vi una mula suelta y un hombre junto a ella a pie, que mirando a un libro hacía unas rayas que medía con un compás. Daba vueltas y saltos a un lado y a otro, y de rato en rato, poniendo un dedo encima de otro, hacía con ellos mil cosas saltando. Yo confieso que entendí por gran rato (que me paré desde lejos a verlo) que era encantador, y casi no me determinaba a pasar. Al fin me determiné, y llegando cerca, sintióme, cerró el libro, y al poner el pie en el estribo, resbalósele y cayó. Levantéle, y díjome:

-No tomé bien el medio de proporción para hacer la circunferencia al subir.

Yo no le entendí lo que me dijo y luego temí lo que era, porque más desatinado hombre no ha nacido de las mujeres. Preguntóme si iba a Madrid por línea recta o si iba por camino circunflejo. Yo, aunque no lo entendí, le dije que circunflejo. Preguntóme cúya era la espada que llevaba al lado. Respondíle que mía, y mirándola, dijo:

-Esos gavilanes habían de ser más largos, para reparar los tajos que se forman sobre el centro de las estocadas.

Y empezó a meter una parola tan grande que me forzó a preguntarle qué materia profesaba. Díjome que él era diestro verdadero y que lo haría bueno en cualquiera parte. Yo, movido a risa, le dije:

-Pues, en verdad, que por lo que yo vi hacer a V. Md. en el campo denantes, que más le tenía por encantador, viendo los círculos.

-Eso -me dijo- era que se me ofreció una treta por el cuarto círculo con el compás mayor, continuando la espada para matar sin confesión al contrario, porque no diga quién lo hizo y estaba poniéndolo en términos de matemática.

– ¿Es posible -le dije yo- que hay matemática en eso?

-No solamente matemática -dijo-, mas teología, filosofía, música y medicina.

-Esa postrera no lo dudo, pues se trata de matar en esa arte.

-No os burléis -me dijo-, que agora aprendo yo la limpiadera contra la espada, haciendo los tajos mayores que comprehenden en sí las aspirales de la espada.

-No entiendo cosa de cuantas me decís, chica ni grande.

-Pues este libro las dice -me respondió-, que se llama Grandezas de la Espada, y es muy bueno y dice milagros; y para que lo creáis, en Rejas que dormiremos esta noche, con dos asadores me veréis hacer maravillas. Y no dudéis que cualquiera que leyere en este libro matará a todos los que quisiere.

-U ese libro enseña a ser pestes a los hombres u le compuso algún doctor.

– ¿Cómo doctor? Bien lo entiende -me dijo-: es un gran sabio y aún estoy por decir más.

En estas pláticas llegamos a Rejas. Apeámonos en una posada y al apearnos me advirtió con grandes voces que hiciese un ángulo obtuso con las piernas, y que reduciéndolas a líneas paralelas me pusiese perpendicular en el suelo. El huésped, que me vio reír y le vio, preguntóme que si era indio aquel caballero, que hablaba de aquella suerte. Pensé con esto perder el juicio. Llegóse luego al güésped, y díjole:

-Señor, déme dos asadores para dos o tres ángulos, que al momento se los volveré.

– ¡Jesús! -dijo el huésped-, déme V. Md. acá los ángulos, que mi mujer los asará; aunque aves son que no las he oído nombrar.

– ¡Que no son aves! -dijo volviéndose a mí-. Mire V. Md. lo que es no saber. Déme los asadores, que no los quiero sino para esgrimir; que quizá le valdrá más lo que me viere hacer hoy que todo lo que ha ganado en su vida.

En fin, los asadores estaban ocupados y hubimos de tomar dos cucharones. No se ha visto cosa tan digna de risa en el mundo. Daba un salto y decía:

-Con este compás alcanzo más y gano los grados del perfil. Ahora me aprovecho del movimiento remiso para matar el natural. Ésta había de ser cuchillada y éste tajo.

No llegaba a mí desde una legua y andaba alrededor con el cucharón, y como yo me estaba quedo, parecían tretas contra olla que se sale. Díjome al fin:

-Esto es lo bueno y no las borracherías que enseñan estos bellacos maestros de esgrima, que no saben sino beber.

No lo había acabado de decir, cuando de un aposento salió un mulatazo mostrando las presas, con un sombrero enjerto en guardasol y un coleto de ante debajo de una ropilla suelta y llena de cintas, zambo de piernas a lo águila imperial, la cara con un per signum crucis de inimicis suis, la barba de ganchos, con unos bigotes de guardamano y una daga con más rejas que un locutorio de monjas. Y, mirando al suelo, dijo:

-Yo soy examinado y traigo la carta, y por el sol que calienta los panes, que haga pedazos a quien tratare mal a tanto buen hijo como profesa la destreza.

Yo que vi la ocasión, metíme en medio y dije que no hablaba con él, y que así no tenía por qué picarse.

-Meta mano a la blanca si la trae y apuremos cuál es verdadera destreza, y déjese de cucharones.

El pobre de mi compañero abrió el libro, y dijo en altas voces:

-Este libro lo dice, y está impreso con licencia del Rey, y yo sustentaré que es verdad lo que dice, con el cucharón y sin el cucharón, aquí y en otra parte, y, si no, midámoslo.

Y sacó el compás, y empezó a decir:

-Este ángulo es obtuso.

Y entonces, el maestro sacó la daga, y dijo:

-Y no sé quién es Ángulo ni Obtuso, ni en mi vida oí decir tales hombres, pero con esta en la mano le haré yo pedazos.

Acometió al pobre diablo, el cual empezó a huir, dando saltos por la casa, diciendo:

-No me puede dar, que le he ganado los grados del perfil.

Metímoslos en paz el huésped y yo y otra gente que había, aunque de risa no me podía mover.

Metieron al buen hombre en su aposento, y a mí con él; cenamos, y acostámonos todos los de la casa. Y a las dos de la mañana, levántase en camisa y empieza a andar a oscuras por el aposento, dando saltos y diciendo en lengua matemática mil disparates. Despertóme a mí, y no contento con esto, bajó el huésped para que le diese luz, diciendo que había hallado objeto fijo a la estocada sagital por la cuerda. El huésped se daba a los diablos de que lo despertase, y tanto le molestó que le llamó loco. Y con esto se subió y me dijo que si me quería levantar vería la treta tan famosa que había hallado contra el turco y sus alfanjes. Y decía que luego se la quería ir a enseñar al Rey, por ser en favor de los católicos.

En esto amaneció, vestímonos todos, pagamos la posada, hicímoslos amigos a él y al maestro, el cual se apartó diciendo que el libro que alegaba mi compañero era bueno, pero que hacía más locos que diestros, porque los más no le entendían.

Yo tomé mi camino para Madrid y él se despidió de mí por ir diferente jornada. Y ya que estaba apartado, volvió con gran prisa, y llamándome a voces, estando en el campo donde no nos oía nadie, me dijo al oído:

-Por vida de V. Md., que no diga nada de todos los altísimos secretos que le he comunicado en materia de destreza, y guárdelo para sí, pues tiene buen entendimiento.

Yo le prometí de hacerlo, tornóse a partir de mí, y yo empecé a reírme del secreto tan gracioso.

FRANCISCO DE QUEVEDO

“Vida del Buscón llamado don Pablos”

1626

 

Es ampliamente conocido (aunque no exhaustivamente probado) el antagonismo que se dice existió entre Quevedo y Pacheco de Narváez. Fuera cierta o no esta rivalidad, lo que aquí manifiesta el literato a través de una sátira descarnada y nada amable es una visión de la Verdadera Destreza que nos muestra que los fundamentos y los nuevos métodos de esta forma de enfocar la disciplina esgrimística propugnada por Pacheco no tuvieron, ni mucho menos, tan amplia aceptación ni tan buena acogida en sus primeros momentos como después llegarían a tener.

 

Recopilamos hoy aquí varios textos de nuestra literatura relacionados con la esgrima que nos permiten apreciar de primera mano cómo se valoró la Verdadera Destreza en sus primeros momentos. El propio Pacheco, adelantándose a los que sabía iban a criticar su obra, dice en la epístola dedicada a un amigo en el prólogo al Libro de las Grandezas de la Espada (1600) lo siguiente:

Aunque poner la mano en obra y materia tan alta, más parecerá temeridad inconsiderada que obediencia virtuosa: y no sé cómo saldré de entre los que, hechos fiscales de obras ajenas, con tanta fuerza las persiguen, como si conocidamente fueran malas, no forzados de otra causa que el no ser suyas, y las más veces no entenderlas, pareciéndoles se les hace notable agravio en atreverse uno a escribir.

 

Todo lo nuevo y distinto suele mover, en sus principios, a risa o a desconfianza, pero solamente serán los siglos y la Historia quien determine el verdadero valor de algunos cambios.

 

Eva B.