Doña Teresa Castellanos de Mesa, profesora de esgrima.

De sobra es conocido que la actual Esgrima Histórica no hace distinción de género, ni en nuestra Sala de Armas Carranza ni en ninguna escuela del país que conozcamos. Sin embargo, en tiempos pasados las cosas fueron muy distintas.

Aunque sería enormemente interesante, no es objeto de esta pequeña reseña el tratar de presentar un artículo de investigación sobre el papel de la mujer a lo largo de los siglos en lo referente a la esgrima. Hay todo un recorrido aún muy desconocido y digno de estudio desde la destacada presencia de una mujer practicando en el i.33 (primer tratado que se conserva), pasando por los testimonios que nos quedan en documentación jurídica acerca de problemas legales de maestros por enseñar a esgrimir a determinadas mujeres y por las conocidas biografías de algunas heroínas que superaron barreras de su tiempo, ganando su posición también a punta de espada.

 

En cualquier caso, el tema de hoy se centra en alguien relativamente cercana a nosotros en tiempo y actividad, y que fue pionera en su mundo: Doña Teresa Castellanos de Mesa, profesora de esgrima en el siglo XIX. Os ofrecemos una breve presentación, como humilde homenaje a ella y a lo que representa:

Teresa nació en 1817, en una acaudalada familia toledana de orígenes nobles, hija del profesor de esgrima del Cuerpo de Guardias de Corps de Fernando VII. A los 18 años descubre su pasión por las armas y comienza a estudiar la esgrima tutorizada por su hermano, también profesor de esgrima.

Pronto destacó en su manejo de las armas y comenzó a dar exhibiciones, ganándose la admiración de personalidades y periodistas, que se hicieron eco del caso, nunca antes visto en España.

En 1835, con objeto de recibir educación artística viajó a Francia, a caballo y en solitario, (y recordemos que eran tiempos convulsos, en los que la primera guerra carlista asolaba el país) y allí, junto con la música, prosiguió también su aprendizaje en el arte de la esgrima. Destacó igualmente en París y en pocos años ofreció exhibiciones en Burdeos, Bayona y la propia capital, llegando a recibir cartas de elogio del mismo Rey Luis Felipe I y la Duquesa de Orleans.

Así fue como, en 1841, estableció en París una academia a la que no faltaron discípulos. Compartía sesiones de práctica con los mejores profesores y realizó viajes para visitar escuelas de diversas ciudades, en donde era siempre gratamente recibida.

En todos estos años había mantenido su intención de poder retornar a España cuando la situación del país fuese favorable y pudo hacerlo al fin en 1846.

En 1847, se celebró una función de esgrima con todos los profesores de la corte, en la que participó, cerrando la sesión en un asalto con su hermano que provocó entusiasmo general entre la grandeza, embajadores y ministros asistentes. Esta fue solo la primera de muchas exhibiciones; ante diversas personalidades y la propia Reina Isabel.

Continuó con la enseñanza de la esgrima y se enfocó también en el carácter higiénico y terapéutico de la actividad, aplicando los ejercicios a la curación de diversas dolencias y siendo valorada como profesora de ejercicios calisténicos o gimnásticos; la primera en su clase y por la que se dio a conocer esta disciplina en España (Hasta 1883 no se contempla la formación de las primeras profesoras de Gimnástica).

Llegó a confiarse a Teresa la dirección física de las Colegialas de Loreto francés de la corte, en donde quedan registros de las mejoras conseguidas en alumnas con problemas de salud gracias a la aplicación de sus conocimientos.

En definitiva, destacó en actividades que se consideraban destinadas a hombres en tiempos de hombres y se ganó el respeto y la admiración de cuantos llegaron a presenciar su maestría.

Completamos esta breve reseña con unas décimas que se le dedican en su biografía oficial publicada en 1891. Son buena muestra del éxito que alcanzó, pero también de las circunstancias del mundo en que vivió, pues en la búsqueda de alabanza, constreñidos por el pensamiento del momento, no aciertan a más que equipararla a la dignidad de un hombre.

 

 

Dejad que mi absorta mente

El genio de Marte inspire,

Y que estasiada (sic.) os admire

Con entusiasmo vehemente.

Vuestro espíritu valiente

Que noble audacia blasona,

A esa Diosa de la guerra;

Porque sois, acá en la tierra,

Fuerte é (sic.) invencible amazona.

 

Cuando con el limpio acero

Contrario pecho amagais (sic.),

Mas (sic.) que mujer, semejáis

La sombra audaz de un guerrero.

No estrañeis (sic.), pues, que sincero

Con ardiente fé me asombre,

Pues os juro, por mi nombre,

Que tenéis (sic.) un corazón

Con la altivez del león

Y la dignidad del hombre.

 

 

Podéis acceder a la digitalización de su biografía, publicada por D. José Salamanca en 1891, aquí.

 

Ignacio S.J.