Gracias a actividades como el Combate Medieval hoy en día los torneos y las justas han pasado de ser una reliquia del pasado, sólo conocida (o más bien imaginada) gracias a la literatura y al cine a ser una actividad de entretenimiento social que está cada vez más en auge.
Los torneos y las justas surgieron en la Baja Edad Media como forma de entrenamiento de los caballeros en épocas de paz o de tregua para no perder solvencia en el ejercicio de las armas y con el tiempo se transformó en una forma de “ejercicio social” donde el buen desempeño en la liza significaba mucho más que la demostración de una habilidad guerrera: se convirtió en una forma de exhibición social.
Con el paso del tiempo estos espectáculos fueron perdiendo vigencia y su interés fue decayendo en una sociedad que estaba empezando a priorizar otros valores menos enfocados hacia la guerra y más dirigidos a otro tipo de éxito y de reconocimiento social. Para la época en que se publicó El Quijote esto era ya manifiesto: los ideales de la caballería y su expresión pública como entretenimiento de una determinada clase social (la nobleza) ya no estaban de moda.
Cuando en 1790 Gaspar Melchor de Jovellanos <1> , a instancias de la Real Academia de la Historia, elabora un informe para el Consejo de Castilla dando cuenta de las diversiones públicas que habían existido en España a lo largo de los siglos para (como buenos ilustrados), intentar reformarlas explicará lo siguiente de los torneos y de las justas:
En el XIII una feliz reunión de favorables circunstancias acabó de elevar el espíritu y de modificar el carácter de nuestros caballeros. Las conquistas de los reinos de Jaén, Córdoba, Murcia y Sevilla, debidas a su esfuerzo, los llenaron de gloria y de riqueza, y, habiendo arrinconado a los moros en Granada, pudieron ya gozar de algunos intervalos de paz más larga y segura. Que los diesen sólo al descanso, no era de esperar de unos hombres tan acostumbrados a la acción y que habían recibido ya algunas semillas de cultura. Fue pues tan natural que los consagrasen a su diversión y entretenimiento como que hallasen su mayor recreo en el ejercicio de las armas. Y sea que ningún otro ejercicio llama más poderosamente al trato de las mujeres, según la justa observación de Aristóteles <2 >, sea que en el camino del placer nada sale tan pronto al paso como el amor, ello es que tardaron poco nuestros caballeros en asociar los objetos de su amor al de sus placeres y que las damas fueron admitidas luego a participar de sus diversiones. Y he aquí el más natural y cierto origen de la galantería caballeresca. La hermosura, admitida a las fiestas y espectáculos públicos, vino a ser con el tiempo el árbitro soberano de ellos. Llamada primero a celebrar las proezas del valor, hubo de juzgarlas al fin, y, aunque solo se buscaba su admiración, fue necesario reconocer su imperio, tanto más seguro cuanto la ternura del interés fortificaba el influjo y el poderío de la opinión que le servía de apoyo.
Desde aquel punto ya nadie quiso parecer a vista de las damas grosero ni cobarde, y el valor, aliado con la galantería, fue tomando aquel tierno y brillante colorido que, si no cubrió del todo su fiereza, por lo menos la hizo más agradable. […]El valor de nuestros antiguos caballeros, no contento con ejercitarse en los montes, buscó en los poblados y ciudades una escena de lucimiento más pública y solemne, y la halló en las justas y torneos. Bofordar, alanzar y romper tablados era diversión muy de antes conocida y aun del torneo se halla memoria en las leyes alfonsinas, no sólo como una evolución de táctica en la guerra, sino como un pasatiempo en la paz. Mas como estas leyes no nombren las justas y torneos entre los juegos públicos a que no debían concurrir los prelados, de creer es que hubiesen tardado algún tiempo en recibir la forma y el concepto de espectáculos.
Éranlo ya sin duda bajo de Alfonso XI, de quien dice su crónica “que aunque en algún tiempo estidiese sin guerra, siempre cataba en cómo se trabajase en oficio de caballería, faciendo torneos, et poniendo tablas redondas, et justando”. Acaso en esto no menos parte que el gusto tuvo la política de aquel monarca, que siempre pugnó por volver los nobles al gusto y ejercicio de las armas. Las turbulencias de las dos últimas tutorías habían corrompido sus ánimos y, convirtiendo el espíritu militar en espíritu de intriga y de partido, los habían dividido y hécholos, más que fieles y guerreros, faccionarios y revoltosos. Para unirlos, para elevar sus ánimos, fundó el rey la orden de caballería de la Banda, en la cual a las fórmulas monacales que se introdujeron en los institutos de las otras, sustituyó las del amor y cortesanía, mezclando y templando los preceptos militares con los de la galantería. Esta institución y las solemnes coronaciones que el mismo príncipe y su nieto Juan I celebraron en Burgos, donde en medio del más brillante aparato y de una prodigiosa concurrencia fueron armados tantos caballeros naturales y extranjeros, fueron lidiadas tantas justas y torneos y fueron admirados tantos convites y fiestas y alegrías, acabaron de fijar y refinar el gusto caballeresco.
Desde entonces los torneos fueron la primera diversión de las Cortes y ciudades populosas, y con ellos se celebraron las ocasiones más señaladas de regocijo público: coronaciones y casamientos de reyes, bautismos, juras y bodas de príncipes, conquistas, paces y alianzas, recibimientos de embajadores y personajes de gran valía, y aun otros sucesos de menor monta, ofrecían a la nobleza, siempre propensa a lucir y ostentar su bizarría, frecuentes motivos de repetirlos. Con el tiempo se solemnizaron también con torneos las fiestas eclesiásticas <3 > y al fin llegaron a celebrarse por mero pasatiempo, pues de una de estas fiestas, dispuesta en Valladolid por el condestable don Álvaro de Luna, en que justó de aventurero Juan II, da noticia muy individual la crónica de aquel infeliz valido (cap. 52).
Creciendo la afición a este regocijo, crecieron también su pompa y el número de combatientes presentados a él. Hubo torneo de quince a quince, de treinta a treinta, de cincuenta a cincuenta y aun de ciento a ciento, que tantos caballeros lidiaron en las fiestas con que fue celebrada en Zaragoza la coronación del buen infante de Antequera.
Lidiábase en los torneos a pie y a caballo, con lanza o con espada <4 >, en liza o en campo abierto, y con variedad de armaduras y de formas. La justa era de ordinario una parte del espectáculo, a veces separada y siempre más frecuente como que necesitaba de menor aparato y número de combatientes. Distinguíase del torneo en que este figuraba una lid en torno de muchos con muchos y aquélla una lid de encuentro de hombre a hombre. […]
Pero en todas brillaba el espíritu de galantería que las engrandeció y fue haciendo más espectables desde que empezaron a concurrir a ellas las damas.
Las matronas y doncellas nobles no asistían como simples espectadores, sino que eran consultadas para la adjudicación de los premios y eran también las que por su mano los entregaban a los combatientes. No había caballero entonces que no tuviese una dama a quien consagrar sus triunfos, ni dama que no graduase por el número de ellos el mérito de un caballero. Desde entonces ya nadie pudo ser enamorado sin ser valiente, nadie cobarde sin el riesgo de ser infeliz y desdeñado. Y cuando el lujo introdujo en estos juegos otra especie de vanidad, abriendo a la riqueza un medio de ocultar entre el esplendor de sus galas las menguas de la gallardía, el ingenio entró en otra más noble competencia, llegando algunas veces con la agudeza de sus motes y divisas adonde no podía rayar la riqueza con todos sus tesoros.Así se engrandeció este espectáculo. La idea que hoy conservamos de él es ciertamente muy mezquina y distante de su magnificencia, pero crece al paso que se levanta la consideración a sus circunstancias. Porque, ¿quién se figurará una anchísima tela pomposamente adornada y llena de un brillante y numerosísimo concurso, ciento o doscientos caballeros ricamente armados y guarnidos, partidos en cuadrillas y prontos a entrar en lid, el séquito de padrinos y escuderos, pajes y palafreneros de cada bando, los jueces y fieles presidiendo en su catafalco para dirigir la ceremonia y juzgar las suertes, los farautes corriendo acá y allá para intimar sus órdenes y los tañedores y menestriles alegrando y encendiendo con la voz de sus añafiles y tambores, tantas plumas y penachos en las cimeras, tantos timbres y emblemas en los pendones, tantas empresas y divisas y letras amorosas en las adargas, por todas partes giros y carreras, y arrancadas y huidas, por todas choques y encuentros y golpes y botes de lanza, y peligros y caídas y vencimientos? ¿Quién, repito, se figurará todo esto, sin que se sienta arrebatado de sorpresa y admiración? Ni ¿quién podrá considerar aquellos valientes paladines ejercitando los únicos talentos que daban entonces estimación y nombradía en una palestra tan augusta, entre los gritos del susto y del aplauso, y sobre todo, a vista de sus rivales y sus damas, sin sentir alguna parte del entusiasmo y la palpitación que herviría en sus pechos, aguijados por los más poderosos incentivos del corazón humano: el amor y la gloria?
[…]
Gracias al trabajo que realizan diversas agrupaciones tanto en España como en el resto del mundo (entre ellas, y no con poco éxito, la Sala Carranza) ya no es necesario imaginar ese pasado que Jovellanos no pudo ver, sino tan solo imaginar.
Nosotros hoy podemos revivir aquellas épocas en encuentros que se celebran a lo largo de nuestra geografía y que nos trasladan a una actividad que es parte de nuestro pasado y de nuestra Historia.
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1 JOVELLANOS, G. M. Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España. 1790.
https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/memoria-para-el-arreglo-de-la-policia-de-los-espectaculos-y-diversiones-publicas-y-sobre-su-origen-en-espana–0/html/fedbb6e0-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html
2 «La afición a las armas y a las mujeres van siempre juntas, y es de notar que las naciones más belicosas son también las más enamoradas. Así que la antigua fábula que representa a Marte enlazado con Venus no fue una invención caprichosa, sino una bien fundada alegoría.»
3 «Cuando mandaba facer muy honradas fiestas e procesiones, mandaba facer justas e torneos e juegos de cañas, e daba armas e caballos e ricas ropas e guarniciones a aquellos que estas cosas habían de facer.»
(Crón. de don Enrique III, parte I, cap. 11).
4 D. Pedro el Cruel fue herido en la mano derecha de una punta de espada en un torneo que celebró en Torrijos en 1353. (Véase su crónica).