Normalmente, el asalto se desarrolla manteniendo cierta distancia entre los tiradores, la suficiente para que jueguen las espadas, que son sus armas principales y las más letales. Con ellas cabe poco espacio para la duda: si el filo de la espada rival me recorre la careta de lado a lado o si su punta se me dobla en mitad del pecho, es bastante seguro asumir que, de haberse tratado de un arma blanca, me habría incapacitado.
Sin embargo, en el transcurso de un asalto hay momentos en que los tiradores llegan al combate cerrado situándose en lo que la Verdadera Destreza denomina extremo propincuo o el Kunst des Fechtens engloba dentro del ringen am schwert. Llegados a ese punto, deben pasar a las manos.
Si se sabe entrar al cuerpo a cuerpo, se puede solucionar la situación con limpieza antes de que las cosas se compliquen; por ejemplo, con un movimiento de conclusión (con Ropera) o una acción de media espada (con Espada Larga); pero es común que, al intentar uno de los tiradores alguna treta, el asalto llegue a distancias cortas en circunstancias en que no sólo uno, sino ambos tiradores tienen opciones de seguir peleando.
La cuestión es: ¿hasta dónde continuar y cuándo asumir que se detiene la lucha o se concede al rival el tocado?
Hay que tener en cuenta que en nuestra aproximación a la esgrima marcial no entramos en luchas en las que se intercambien puñetazos, patadas o luxaciones desarrolladas por completo, tanto para evitar el riesgo de golpes peligrosos como para no caer en el campo de la especulación. Es decir: ¿qué daño causaría al rival un golpe de puño o codo? No podemos anticiparlo, ya que depende de innumerables factores: la diferencia de tamaño entre los contendientes, el entrenamiento de cada uno lanzando o encajando golpes, la preparación del que sufre el impacto para poder recibirlo, el punto de golpeo… Por eso, si buscamos un juego honesto, no es posible concretar los efectos de ese tipo de golpes.
¿Significa esto que evitar la especulación supone ignorar las llegadas al contacto? En absoluto: igual que existen casos poco claros en cuanto a la lesividad de la técnica, hay otros en los que el resultado es mucho más fácil de deducir. Por ejemplo: si el rival nos alcanza con la mano en la cara y nosotros tratamos de proseguir nuestras técnicas como si nada ocurriese para lograr darle una estocada, estamos cayendo igual de profundamente o más en terreno especulativo al asumir que el otro tirador solo podría dañarnos por medio de la espada. En general, si el rival llega a apoyar la palma de su mano sobre mi careta significa que podría haberme golpeado, empujado el cuello hacia atrás, arañado los ojos… e innumerables opciones que le concederían tiempo para un segundo ataque en el que terminar con su espada lo que empezó con la mano. Ambos contendientes deben saber valorar la situación: si en el mismo momento en que soy alcanzado por la mano de mi rival ya le estoy amenazando con mi espada es que habré actuado a tiempo y conseguido esa victoria; pero, por el contrario, si necesito revolverme y probar a seguir pinchando mientras él me “acaricia” la careta una y otra vez, entonces significa que en un combate real (con un adversario que haría todo lo posible por dañarme) probablemente no pudiese seguir actuando como lo estoy haciendo y debo detenerme.
Por tanto, la respuesta a la pregunta sobre la valoración de las acciones cuerpo a cuerpo, como a otras tantas, está en el sentido común, la honestidad y la consciencia de que, si se llega a una situación poco clara, no hay problema en detener el combate sin que se haya obtenido un resultado de tocado claro.
Ambos contendientes deben saber valorar cada una de las situaciones a las que lleguen de manera particular, ya que cada ocasión será distinta y se abrirá más o menos a la especulación. Además, la experiencia nos enseñará y permitirá a ambos tiradores disfrutar de un asalto con una aproximación realista a la par que segura.
Seamos honestos y no dejemos que sea el ego quien gane, ¡solo así mejoraremos día a día!
Ignacio S.J.